sábado, 7 de septiembre de 2013

Las mil formas de decir "Hallo"

Ha llegado el calor a Berlin, -¡por fin, no me voy a quejar! – y con él riadas de turistas. Menos españoles que antes, pero también muchos. Y con ellos, una curiosidad renacida para conocer cuál es el verdadero carácter de los alemanes…, si es verdad lo que se dice de ellos, que son cuadriculados, muy trabajadores… esas cosas que han empezado a interesarnos desde que de ellos depende nuestro destino.
Yo ya tengo un par de frases preparadas para salir del paso –tantas veces me lo han preguntado en los últimos cinco años- que sin embargo no voy a repetir aquí.
Harían falta muchas páginas escritas con método sociológico-científico, del que carezco, para definir cómo son los alemanes. Pero la primera frase de ese libro debería empezar por la misma frase que debo empezar mi respuesta hoy:  los alemanes no son de ninguna manera, hay alemanes que son de una forma, otros de otra, como los españoles, como los africanos, como los americanos, como los chinos. ¿Acaso algún español se siente identificado cuando alguien dice “los españoles son…”? Generalizar  y simplificar conduce al tópico y aunque los alemanes nos vean a menudo a nosotros poniendo el cliché delante de los ojos, conviene no caer en el mismo error.
Así que, insisto, si alguna vez a partir de ahora se me desliza la expresión “Los alemanes son…” debe entenderse como   “Muchos alemanes…”
Una de las primeras cosas que me sorprendieron, desagradablemente, es que el “¡Hola!” de los alemanas (“Hallo!”), lo mismo puede servir para un afectuoso saludo como para helarte la sangre. En español hemos conservado para el “Hola” un estatus de amabilidad del que los alemanes lo despojan simplemente con el tono de voz hasta convertirlo en una sentencia de muerte.
Todo depende del tono. Y entre la calidez del encuentro y la muerte por miedo insuperable hay infinitos estados intermedios. Por ejemplo, el hola puede ser sencillamente una forma de” llamar tu atención” para que escuches algo, pero está muy cerca de” llamarte la atención” porque estás haciendo algo mal. De la mala uva del alemán de turno depende de que la sangre deje deje de correr por tus venas porque te ves ya fusilado contra la tapia del cementerio.
El primer “Hallo” que me puso los pelos como escarpias fue de una vieja sentada en un banco. Paseábamos por un parque y mi hijo de 3 años andaba poniendo un pie en el camino y el otro sobre el bordillo. Al otro lado, un césped reluciente y algunas matas de flores. No había tocado ni una, simplemente, oscilaba de una pierna a la otra, del bordillo al camino. Sólo entendí el “Hallo” y “Blumen” (flores). El resto lo supuse. Me apresuré a apartar del bordillo al niño antes de que la vieja lo asesinara con una ráfaga de ametralladora. La vieja me quitó algunos minutos de vida, seguro (todo se paga en esta vida),  pero estoy convencido de que la mirada que yo le lancé ha contribuido a equilibrar el presupuesto de Merkel con una pensionista menos.
 Desde entonces, estoy en perpetua guardia contra los “Hallos” y una guerra declarada contra los policías invisibles.. Porque creo que tiene mucho que ver el complejo de policía que arrastran …”muchos” alemanes. De dónde viene, cuál es el origen de ese complejo no lo sé; no creo que se deba al pasado “Stasi” de la Alemania comunista, donde la vida de los otros era la profesión de la mitad de ellos. Tampoco creo que se reduzca todo a la herencia de la época nazi, me da que viene de más atrás.
 El caso es que en Alemania hay un policía disfrazado detrás de cada farola, o diría mejor, un policía disfrazado de farola, de banco de parque, de árbol, de papelera… Porque, aunque tú no los veas, ellos sí te ven.
En esa vigilancia policial que cada alemán somete a su vecino o al que pasa a su lado –sobre todo, digámoslo, si no es alemán- está para mi lo peor, lo más inaguantable de los alemanes.
Y paradójicamente, tengo que reconocer que, en su justo término, sería algo bueno.  La urbanidad, el respeto a lo público, la educación y ¿por qué no? la implicación ciudadana en que se cumplan las leyes es algo digno de copiar. Ya quisiera yo que los españoles fuéramos todos un poco más vigilantes de lo público porque, al final, lo público es nuestro.
Un vecino me llamó la atención nada más llegar porque mi coche estaba aparcado en la dirección contraria a la fila de coches, aunque la calle era de dos carriles. Lo había dejado allí por las prisas, tenía que volver a marchar, pero no tardó ni tres minutos en llamar a mi timbre para decirme, amablemente, eso sí, que todos los coches tenían que estar aparcados en la misma dirección. Es evidente que mi vecino estaba de guardia.
No quiero pensar qué hubiera hecho mi vecino si mi perro hubiera cagado en su felpudo, como hizo su perro en el mío. No le dije nada. Me limité a limpiarlo, comprensivo, suponiendo que no se había dado cuenta.
Varias veces he visto cómo al intentar aparcar un paseante se paraba delante de mi coche y observaba la maniobra. ¿Ganas de ayudar? ¡No! Observaba meticuloso para ver si yo era capaz de aparcar el coche en aquel espacio sin tocar al resto de coches. Yo sabía que, como se me ocurriera rozar alguno, me esperaba un juicio sumarísimo, llamada a la policía, etc…
Menos mal que para esas cosas tengo nervios de acero. Tenía. Porque ya me he cansado de tanta vigilancia. Hace poco otro paseante me lanzó el consabido “Hallo” cuando estaba arrancando a toda prisa para decirme que se me había pasado la fecha de la “TUV”, la ITV del coche. Al principio, eran las 8 de la mañana y tenía un directo, no le entendía lo que me decía, así que me bajé del coche y miré a ver si le había rozado su coche. Pero no… que me había pasado la ITV. Ojalá le hubiera echo caso: un policía de paisano me puso después una multa. Siempre he sospechado que aquel transeúnte apuntó mi matrícula, me denunció y el policía con gorra localizó mi coche y me puso la multa.
He tenido que sufrir varios de esos “Hallos” que me han sonado a sentencia de muerte. El último vino, por escrito, en mi buzón, de un vecino, el más hablador y simpático, por cierto, de mis vecinos.
“Hallo, liebe Mieter…” Me recordaba que en el jardín no se podían tirar colillas. En mi vida he tirado una colilla al jardín. Son escrupulosamente cuidadoso al recoger siempre los restos, ni una brizna de papel, plástico, colilla, lo que sea, se me escapa. Una manía poco española, pero algunos españoles somos más alemanes que muchos alemanes.
Imaginad lo que puede provocar una carta de esa naturaleza a un hidalgo español de sangre caliente y espada fría.
Le contesté inmediatamente, en el alemán más correcto que pude  reunir, para explicarle que debía tratarse de un error y para, finalmente, terminar con una postdata, en letra ARIAL BLACK tipo 20 “… permítame, querido vecino, despedirme en español: ¡Váyase a la mierda!.” Desde entonces, no lo he visto, aunque sé que me vigila.
Y es ya hay muchas cosas que me gustan de los alemanes y que intentaré también contar cuando vuelva de vacaciones, porque sin duda las echaré de menos en cuando ponga los pies en España, pero esa manía policiaca no puedo con ella.
Yo no sé si es la edad o la mala leche natural de los bercianos pero he llegado a un punto en que puedo tolerar infinitas cosas pero en otras ya no aguanto la mínima.
Un “Hallo” más en plan Stasi y tendrá garantizado mi “¡Váyase a la mierda!” con la mejor de mis sonrisas. Porque a mi, a educado, no me gana nadie. 
Hasta la vuelta, queridos amigos.