Aunque con los egipcio los gatos practicábamos una especie de deporte (nos ataban con
correas para cazar pájaros y traerlos a la mesa familiar), lo cierto es que lo
más relevante de aquella época fue como pasamos a ser un animal adorado.
Antes de nosotros los egipcios habían idolatrado al león, pero era demasiado fiero. La mitología egipcia cuenta que
su dios Ra envió a su hija Sekhnet
para luchar contra la rebelión de los hombres. Sehknet era una leona y su
padre, el dios Ra, no aprobó el comportamiento que tuvo. Para ello, envió a
Onuris, que la amansó y la convirtió
en una gata: Bastet.
Esta
fue la primera consagración a un gato, sobre el 350 a.C. Bastet representaba la
fecundidad y la belleza; la luz, el calor y la energía solar. Pero sus rasgos
felinos también simbolizaban misterio, noche y luna. Bastet poseía su parte muy
buena, pero también conservaba su parte leona.
A partir del culto a la diosa Bastet,
las leyes del faraón impusieron
una protección rigurosa para los gatos: quien
matara a un gato se arriesgaba a la pena de muerte.
Los
funerales que se celebraban en honor a los gatos muertos se colmaban de lujo y
honores, incluidos ratones embalsamados. La familia a la que pertenecía el gato
muerto guardaba luto y se afeitaba las cejas.
La
primera figura de un gato apareció en el 2653 a.C, en la tumba de Ti en
Saggara. Y el primer nombre de gato del que se guarda registro es Bouhaki, cuyo
nombre fue tallado en la tumba de Hana (necrópolis de Tebas).
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